22 abril 2012

El abuelo ha vuelto a casa.

Feliciano Lapuente, mi abuelo.
Ya está. Desde hace unas pocas horas los restos de mi abuelo reposan junto a los de mi abuela.

Ha sido un instante de profunda emotividad. Todos nos hemos dado un abrazo  que simbolizaba la consecución de un sueño, la culminación de muchos años de lucha tratando de conseguir la dignificación de la fosa común en la que se encontraba, la ilusión por localizar sus restos y exhumarlos y por fin, hoy, su reinhumación de una forma pública, digna, humana.

Hemos vuelto a nuestras casas con un peso menos en el alma.

Un peso que comenzó a ser mucho más ligero desde el 10 de octubre de 2010 cuando pudimos exhumar los restos de los Cuatro de Torrellas, como los ha llamado siempre la señora Conce que con sólo 10 años vio cómo arrojaban sus cuerpos por encima del muro del cementerio de Ágreda para que cayeran en lo que benévolamente se llamó "cementerio civil". En la práctica, todos sabíamos que aquel lugar sólo era otra forma de humillación, otra manera de intentar borrar sus nombres de la historia.

La alegría por localizar sus restos y los de dos aviadores republicanos abatidos en las faldas del Moncayo se vio ensombrecida por la decepción de los vecinos de Vierlas que acudieron con la esperanza de encontrar también allí los restos de sus abuelos, asesinados como los nuestros en parecidas circunstancias. Pero sus abuelos no estaban allí.

Vierlas, Torrellas...constituyen una metáfora de lo sucedido en tantos pequeños pueblos de nuestro país, donde muchos de sus vecinos fueron sacados de sus casas en plena noche, conducidos a un paraje alejado del pueblo y asesinados allí alevosamente.

Nuestros abuelos forman parte de tantos miles de "paseados", fórmula empleada por sus asesinos a la hora de conducirlos a la muerte.

La identificacióin de sus restos mediante pruebas de ADN fue otra etapa más en la curación de nuestra herida, aunque para aquel entonces los familiares de los cuatro teníamos claro que si no era posible una identificación plena los enterraríamos a todos conjuntamente.

Así, cada vez más esperanzados, llegamos al pasado 14 de abril. La historia de Torrellas cuenta, desde ese día, aniversario de la proclamación de la Segunda República, con una nueva página que será recordada para siempre.

Unas 700 personas, una cantidad muy superior a la que esperábamos, participaron en los diferentes actos que tuvieron lugar en el funeral-homenaje a nuestros abuelos

Desde la solemnidad de la capilla ardiente instalada en la Casa de la Villa, pasando por el respetuoso cortejo que acompañó el traslado a pie de los restos hasta el pabellón multiusos, hasta el emotivo homenaje que tuvo lugar allí y la posterior inauguración del precioso Parque de la Memoria... todo sirvió para que el pueblo de Torrellas recibiera los restos de cuatro de sus vecinos, que volvían al lugar de donde nunca debieron salir.

Y para mostrar su reconocimiento a Marcelino, Luis, Gregorio y Feliciano, que dieron su vida por defender la democracia legalmente establecida pero pisoteada por el golpe fascista de 1936.

A la hora de escribir estas líneas me invade una mezcla confusa de sentimientos.

En ellos reconozco el agradecimiento que siento hacia tantas personas que nos han ayudado, en un momento o en otro, a realizar este sueño. No hace falta que las nombre, ellas ya lo saben, como saben que ya forman parte de nuestras vidas...

También me doy cuenta del alivio que siento. Me vienen a la cabeza las palabras de Nelson Mandela: "Saber que en tu día cumpliste con tu deber y estuviste a la altura de las expectativas de tus congéneres es por sí misma una experiencia gratificante y un logro magnífico".

Pero, por encima de todo, siento un gran orgullo.  

Orgullo por ese abuelo republicano al que no llegué a conocer...

Orgullo por la fuerza y el tesón de mi abuela, por la llama del recuerdo que nos transmitió mi madre... 

Orgullo por esta familia mía que tanto ha sufrido.

Por esta familia "suave como la arcilla, dura como el roquedal" que me ha hecho ser lo que soy.

¡Salud y República!



Funeral Homenaje a las víctimas del franquismo en Torrellas. YouTube













01 abril 2012

El círculo se cierra en Torrellas.

Cartel del Funeral-Homenaje. ARMHA
En los territorios que cayeron desde el 18 de julio de 1936 bajo el dominio franquista no hubo frente, no hubo guerra, solamente violencia y represión sobre la población civil. El terror se impuso para provocar la inmovilización.

Bajo esta premisa varios torrellanos, incluido mi abuelo Feliciano Lapuente, fueron sacados de sus casas para ser asesinados y abandonados en campos y cunetas.

Para aquellos golpistas era irrelevante que tanto mi abuelo como los demás fueran pacíficos vecinos que no habían planteado conflictos en los años precedentes. Sencillamente pusieron en práctica con ellos el programa de terror político previamente diseñado por el fascismo español.

Los verdugos fueron los guardias civiles y los falangistas que, una vez dominados los pequeños núcleos de población como Torrellas, comenzaron la dura represión de los que habían sido líderes de la defensa de la legalidad republicana, especialmente los alcaldes y los concejales, entre los que se encontraba mi abuelo Feliciano.

Ellos fueron los más significados pero no los únicos. La mayoría de asesinados en Torrellas eran trabajadores comprometidos en la defensa de sus intereses de clase. Su ejecución se hizo con fines ejemplarizantes, para infundir terror.

Muchas veces he pensado que mi abuelo tenía todos los números para que le tocase ser una víctima de aquella siniestra lotería, al reunir la doble condición de concejal socialista y de activo sindicalista de la Unión General de Trabajadores.

Era, por un lado, un adversario ideológico, republicano y de izquierdas. Pero también era un trabajador, un jornalero. Por ello sufrió una represión de clase, el castigo al pujante movimiento obrero que había puesto en peligro la dominación de la oligarquía tradicional.

Casa de la Villa de Torrellas, donde se instalará la capilla ardiente con los restos de nuestros abuelos. Wikimedia
Tras el asesinato de aquellos torrellanos, debió de haber comenzado para sus familiares  el duelo, la reacción normal después de la muerte de un ser querido. El duelo, muchos de nosotros lo hemos vivido, es un proceso más o menos largo y doloroso de adaptación al vacío que ha dejado la pérdida, en el que debemos soportar el sufrimiento y la frustración que comporta.

Todo ser humano, por el mero hecho de serlo, tiene derecho al duelo por parte de aquellos que lo amaron en vida. Y ese duelo exige la presencia del cadáver con el fin de poder enterrar dignamente los restos del difunto.

Sin embargo, los asesinos de mi abuelo y de sus compañeros violaron también los ritos sociales relacionados con el entierro, el duelo y la tumba. Sus cuerpos no fueron dejados en una fosa ignota o abandonados a las alimañas, como en tantas ocasiones ocurrió.

Ellos tuvieron la “suerte” de ser enterrados en una fosa común  del cementerio civil de Ágreda, gracias a la piadosa y valiente decisión de unos vecinos de esta localidad soriana.

A las viudas, los padres, los hermanos, las madres…se les impidió que fueran allí a llorarles. La presencia material de la tumba, que permite a los familiares inmortalizar al ausente a través del rito de la memoria, les fue negada por sus asesinos empeorando aún más el trauma que les produjo la muerte violenta de sus seres queridos.

Durante décadas, sólo de noche y de forma clandestina se atrevieron a visitar aquella fosa común que año tras año se iba degradando, en un intento por las autoridades franquistas de borrar aquel lugar de memoria acumulando en él desechos de todo tipo, desacralizando aún más un lugar que ya de por sí estaba destinado a los “rojos”, a los bebés sin bautizar y a los que se suicidaban; los que no merecían un entierro “como Dios manda”.

Cuando pienso en aquellos años que siguieron al asesinato de mi abuelo no puedo dejar de admirar el temple de mi abuela Mercedes, admirar cómo logró sobrevivir con dos hijas pequeñas en aquellas condiciones de persecución de los vencidos, de hambre, de enfermedades, de miseria…

Cómo logró sobrevivir llevando sobre los hombros unas cargas psíquicas tan pesadas que podrían acabar con cualquiera, incluso en situaciones de abundancia material. El terror continuo, la negación de su estado de viudedad, la prohibición de llevar luto o exteriorizar su duelo, la falta de esperanza en el porvenir…

Y, por encima de todo, el silenciamiento de todos estos sentimientos tan intensos y tan dolorosos, silencio que por sí solo es, al decir de muchos especialistas, un peligro para la salud, ya que reprimir emociones y guardar secretos tan traumáticos mina la resistencia de cualquiera. 

Hoy día, que tanto se predica sobre el respeto a los familiares de las víctimas del terrorismo, compárese la situación con el “respeto” que se les dispensaba en el pasado.
Pabellón multiusos donde tendrá lugar el acto de homenaje. RedAragón

El duelo no acaba hasta que no se encuentra el cadáver. Y nosotros fuimos afortunados porque el día 10 de octubre de 2010 conseguimos ver cumplido el sueño de mi abuela: localizar y exhumar los restos de mi abuelo y de sus compañeros para enterrarlos de la forma digna que toda persona merece.

Fue la antorcha que mantuvo siempre encendida y que transmitió a sus hijas para que éstas, a su vez, nos la pasaran a los nietos, la generación que, con la ayuda de muchas personas, hemos conseguido hacer su sueño realidad.

El próximo 14 de abril, no podría ser fecha más emblemática, podremos cerrar el círculo. Los restos de nuestros abuelos nos serán, por fin, entregados, satisfaciendo la demanda de los familiares de recuperar a nuestros seres queridos y poderlos enterrar digna y públicamente. 

Se cumplirán así dos obligaciones: permitir el duelo que se negó a las familias y saldar la deuda moral e histórica de Torrellas al reconocer la contribución de varios de sus vecinos a una sociedad más justa y democrática.

Torrellas. Turismo de Zaragoza

Han sido muchos, muchos los años de silencio. Pero silencio no es lo mismo que olvido.

El olvido es la peor de las muertes. Y muchos han intentado, de una forma u otra, que les olvidáramos.  

No lo han conseguido.

Así reza la frase que escribió Miguel Hernández en plena guerra civil, preso en una cárcel franquista, y que figura en la placa que descubriremos en homenaje a nuestros abuelos:

“Aunque el otoño de la Historia cubra vuestras tumbas con el aparente polvo del olvido, jamás renunciaremos ni al más viejo de nuestros sueños”.

A todos los que me leéis os invito cordialmente a acompañarnos.

¡Salud y República!