El 20 de octubre de 1936, acabaron con la vida de nuestros abuelos. En ese momento comenzó el calvario de nuestras abuelas y de nuestras madres y padres, una larga travesía de penalidades y de duro trabajo, teniendo que convivir en Torrellas con quienes les habían asesinado, con los instigadores, con los cómplices, con los que habían mirado hacia otro lado…
No bastaba con que hubiesen asesinado a sus maridos, las viudas tuvieron también que soportar los malos gestos, la idea repetitiva de que habían sido ellos mismos los culpables de su propia muerte. Les impusieron el silencio y la prohibición de signos externos de luto. Les ocultaron dónde estaban enterrados y les negaron ofrecerles honras fúnebres y un entierro digno.
Si ya era duro sobrevivir en vida de nuestros abuelos, ahora, con las familias rotas, sin recursos para su mantenimiento y con hijos muy pequeños, sus viudas tuvieron que trabajar de sol a sol para salir adelante, tragándose las lágrimas, la rabia y la humillación. El silencio era sinónimo de supervivencia. A tanto llegó que, hasta que no fue mi madre muy mayor no se atrevió mi abuela a contarle cosas de su padre, “para que no te hicieran a ti también algo malo, prenda, si hablabas de él con otras personas” le decía llorando. Así sus ejecutores consiguieron no sólo eliminar físicamente a quienes se habían significado como republicanos, sino también instaurar un estado de terror colectivo y, de paso, eliminar todo rastro de su memoria.
La mujer de Luis Torres, Concepción, que se quedó viuda con dos hijos pequeños, perdió también a su hermano en Teruel. La desesperación hizo que su padre perdiera la razón y que su madre, de tanto llorar, sufriese una infección en los ojos que la dejó ciega.
La mujer de Gregorio, Narcisa, no hablaba nunca de lo que había pasado a su hijo Calixto, que tenía sólo 5 meses cuando fusilaron a su padre. Calixto era ya muy mayor cuando fué por primera vez al cementerio de Agreda, a escondidas y de noche. Así, furtivamente, a horas intempestivas, siguió haciéndolo hasta la llegada de la democracia.
Vitoriano y Félix, padre y hermano respectivamente de Marcelino Navarro, fueron a buscarle la mañana del día 20 de octubre y llegaron a ver los cadáveres de los cuatro en el monte, cerca de la carretera que unía Agreda con Torrellas. Sus asesinos ni siquiera les dejaron acercarse pero quizás, con su presencia, evitaron que fueran abandonados a la intemperie, a merced de los carroñeros o enterrados en una fosa que nunca hubiéramos podido localizar.
En cuanto a mi abuela Mercedes, que a la muerte de Feliciano tenía una hija de 3 años y se encontraba embarazada de mi madre, tuvo que realizar innumerables trabajos para salir adelante. Uno de ellos fue “ponerse a servir” en la mismísima casa de quien había sido una de las denunciantes de mi abuelo. Esto no llegó a saberlo hasta muchos años después, cuando ya aquella mujer había fallecido. Mi abuela solía decir que, de haberse enterado antes, “le habría sacado los ojos”. Estoy seguro de que lo hubiese hecho. Mi abuela no hablaba nunca por hablar.
También trabajó en una fonda de Agreda, donde se encontraba enterrado mi abuelo. Algunas tardes, después del trabajo, mi madre le decía “¡vamos a ver a papá!”. Entonces mi abuela, con sus dos hijas de la mano y a escondidas, iba hasta el cementerio al cual no se atrevían a entrar. Mi madre se encaramaba a la tapia y decía: “¿cómo va a estar ahí mi padre, si está lleno de basura y de escombros?”. A mi abuela se le saltaban las lágrimas al comprobar el abandono y la dejadez de la fosa común y por la imposibilidad de hacerle comprender aquello a una niña pequeña.
Y así, mientras los nuestros ni siquiera podían llevarles unas flores a sus seres queridos ni llorarles públicamente, los vencedores colocaban una placa en la iglesia de Torrellas y un monolito en el cementerio de Agreda, en memoria de los suyos, “caídos por Dios y por España”.
Pero los nuestros, como decimos aquí, no reblaron, no se rindieron. Mantuvieron viva la llama de su recuerdo y nos pasaron a nosotros, sus nietos y sus bisnietos esa misma llama. En nosotros está hoy la posibilidad no sólo de darles un digno entierro sino también de rehabilitar su memoria y su dignidad.
Ellos fueron valientes y comprometidos. Ellas, unas luchadoras. Nosotros no seremos menos.
No bastaba con que hubiesen asesinado a sus maridos, las viudas tuvieron también que soportar los malos gestos, la idea repetitiva de que habían sido ellos mismos los culpables de su propia muerte. Les impusieron el silencio y la prohibición de signos externos de luto. Les ocultaron dónde estaban enterrados y les negaron ofrecerles honras fúnebres y un entierro digno.
Si ya era duro sobrevivir en vida de nuestros abuelos, ahora, con las familias rotas, sin recursos para su mantenimiento y con hijos muy pequeños, sus viudas tuvieron que trabajar de sol a sol para salir adelante, tragándose las lágrimas, la rabia y la humillación. El silencio era sinónimo de supervivencia. A tanto llegó que, hasta que no fue mi madre muy mayor no se atrevió mi abuela a contarle cosas de su padre, “para que no te hicieran a ti también algo malo, prenda, si hablabas de él con otras personas” le decía llorando. Así sus ejecutores consiguieron no sólo eliminar físicamente a quienes se habían significado como republicanos, sino también instaurar un estado de terror colectivo y, de paso, eliminar todo rastro de su memoria.
La mujer de Luis Torres, Concepción, que se quedó viuda con dos hijos pequeños, perdió también a su hermano en Teruel. La desesperación hizo que su padre perdiera la razón y que su madre, de tanto llorar, sufriese una infección en los ojos que la dejó ciega.
La mujer de Gregorio, Narcisa, no hablaba nunca de lo que había pasado a su hijo Calixto, que tenía sólo 5 meses cuando fusilaron a su padre. Calixto era ya muy mayor cuando fué por primera vez al cementerio de Agreda, a escondidas y de noche. Así, furtivamente, a horas intempestivas, siguió haciéndolo hasta la llegada de la democracia.
Vitoriano y Félix, padre y hermano respectivamente de Marcelino Navarro, fueron a buscarle la mañana del día 20 de octubre y llegaron a ver los cadáveres de los cuatro en el monte, cerca de la carretera que unía Agreda con Torrellas. Sus asesinos ni siquiera les dejaron acercarse pero quizás, con su presencia, evitaron que fueran abandonados a la intemperie, a merced de los carroñeros o enterrados en una fosa que nunca hubiéramos podido localizar.
En cuanto a mi abuela Mercedes, que a la muerte de Feliciano tenía una hija de 3 años y se encontraba embarazada de mi madre, tuvo que realizar innumerables trabajos para salir adelante. Uno de ellos fue “ponerse a servir” en la mismísima casa de quien había sido una de las denunciantes de mi abuelo. Esto no llegó a saberlo hasta muchos años después, cuando ya aquella mujer había fallecido. Mi abuela solía decir que, de haberse enterado antes, “le habría sacado los ojos”. Estoy seguro de que lo hubiese hecho. Mi abuela no hablaba nunca por hablar.
También trabajó en una fonda de Agreda, donde se encontraba enterrado mi abuelo. Algunas tardes, después del trabajo, mi madre le decía “¡vamos a ver a papá!”. Entonces mi abuela, con sus dos hijas de la mano y a escondidas, iba hasta el cementerio al cual no se atrevían a entrar. Mi madre se encaramaba a la tapia y decía: “¿cómo va a estar ahí mi padre, si está lleno de basura y de escombros?”. A mi abuela se le saltaban las lágrimas al comprobar el abandono y la dejadez de la fosa común y por la imposibilidad de hacerle comprender aquello a una niña pequeña.
Y así, mientras los nuestros ni siquiera podían llevarles unas flores a sus seres queridos ni llorarles públicamente, los vencedores colocaban una placa en la iglesia de Torrellas y un monolito en el cementerio de Agreda, en memoria de los suyos, “caídos por Dios y por España”.
Pero los nuestros, como decimos aquí, no reblaron, no se rindieron. Mantuvieron viva la llama de su recuerdo y nos pasaron a nosotros, sus nietos y sus bisnietos esa misma llama. En nosotros está hoy la posibilidad no sólo de darles un digno entierro sino también de rehabilitar su memoria y su dignidad.
Ellos fueron valientes y comprometidos. Ellas, unas luchadoras. Nosotros no seremos menos.
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Amigo..........¿que decir ante la dureza de lo que comentas?, ¿que los juzguen si aun viven?, que los encierren si aun viven?, no.
ResponderEliminarSolo pedimos con orgullo que de una vez se reconozca el crimen, que se busque a los asesinados, que se les de un entierro digno, que se arranquen las vergonzosas placas de igesias y centros publicos,(pues los nombres alli escritos son de golpistas que se revelaron contra su propio pueblo y lo masacraron)Y que por fin los hijos, nietos y bisnietos de aquellos fusilados o ejecutados, tengan un lugar donde dejarles una flor.
Un abrazo
Daniel has logrado emocionarme con tu escrito, es tan fuerte y tan cierto, es tanta la impotencia de pensar en esas mujeres casi sin posibilidades, tanto el dolor y tan siquiera el poder llorarlos y vestir el luto como merecían esos héroes, esos mártires que no se doblegaron ante sus verdugos. Me da mucha impotencia el pensar en esas mujeres mas pobres que antes, ya sin sus hombres en ese pueblo el sinnúmero de pequeñas humillaciones que les hicieron vivir durante tantas décadas. Lo que vos estás haciendo Daniel es enorme, te felicito y me llena de orgullo conocerte, espero que pronto puedan encontrar e individualizar a tus seres queridos, hoy en día con el ADN todo es mucho mas fácil, acá lo hemos comprobado no solo para encontrar los restos de las víctimas del terrorismo del Estado sino para ubicar a los hijos de desaparecidos que encima de todo los reubicaban en familias de sus propios verdugos. Así las cosas, esta mierda está repartida tanto allá como acá, pero no pierdas las esperanzas se que los vas a poder encontrar y darles la sepultura que ellos se merecen. Ahora lo que hace falta es que así como ellos pusieron una placa ahora el pueblo de Torrellas tiene que erigir un monolito y una placa que recuerde uno a uno a todos los que fueron fusilados en Torrellas. Te mando un abrazo fraterno y VIVA LA REPUBLICA!!!
ResponderEliminarPerdón pero no coincido con Navegante, si todavía viven deben ser juzgados, tu legislación es clara en materia del Terrorismo y para colmo ese no era Terrorismo de Estado dado que eran golpistas y se habían levantado contra el orden constitucional, eran sediciosos y por lo tanto deben si todavía viven pagar por sus crímenes y el Estado debe indeminzar a los familiares de las víctimas, porque ya lo ha dicho Baltasar Garzón esos crímenes no prescriben.
ResponderEliminarAbrazo
Chapeau Daniel,no hay que añadir nada mas,por ellos.
ResponderEliminarlarga lista de héroes y heroínas sin placas ni plazas, ni calles que homenajeen su esfuerzo , ni reconocimiento por su esfuerzo callado, mutilado por unos "vencedores" que no quisieron nada más que apagar a los "vencidos"...no pudieron. Besos a ellas,a ellos y abrazos
ResponderEliminarHe visto reflejada en las palabras de tu madre, mi dolor al ver donde se supone que estan los huesos de mi bisabuelo, por la basura y el abandono del Osario y digo supongo porque además ni eso han respetado profanando sus huesos. Un beso
ResponderEliminar¡Salud, Memoria y Libertad!
Impresionante.
ResponderEliminarNunca matarlos es suficiente. Necesitan silenciarlos para completar el crimen. Las voces de las víctimas son poderosas. Las voces de los muertos, de los desaparecidos, son gritos.
Y acá lo demuestran. No importa el tiempo. Están hablando de nuevo.
Un beso grande. Y que valor gigante el de sus abuelas.
Navegante, hay que hacer todo eso y más. Yo no sé si se puede juzgar a alguien por todo aquello ahora, cuando casi todos los culpables han debido de morir. Pero alguien ha de pedir perdón y resarcir a los familiares de una forma digna, no necesariamente con dinero.
ResponderEliminarLux, gracias por tus ánimos. Sé que en Argentina estáis trabajando muy duro por la recuperación de la memoria de tantísimos asesinados por la dictadura. Vosotros aún estáis a tiempo de ser un ejemplo para todos nosotros, un ejemplo en la búsqueda de la justicia, en la reparación a las familias y en la encarcelación de los culpables.
Sí, Severino, por ellos y también por nosotros.Por la dignidad de todos.
Noel, una placa o una calle sería lo mínimo que un pueblo al que dedicaron, literalmente, sus vidas, les debe.
Saiza, me duele en el alma que hayan profanado los restos de tu bisabuelo y de otros como él. Ha sido una constante en este país cainita. No sé cómo encontraremos a los nuestros, pero al menos creo que no los profanaron.
Marcela, gracias por tus palabras. Has acertado de pleno: sus voces nos dicen, nos gritan, no nos olvidéis, no dejéis que nos olviden.
A todos y a todas, os mando besos y abrazos.
Me ha conmosionado, esta historia se repite constantemente a lo largo de muchas personas. La historia de mi familia fue parecida pero sin lugar al que ir a llorar. Creo que debería de cambiar algo, y pegar unas cuantas "bofetadas" a los que creen que es remover el pasado... Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMisterrojo, es duro vivir sabiendo que los tuyos están en una fosa común, pero aún debe serlo mucho más no tener un lugar donde ir a llorarlos.Bienvenido, te devuelvo el abrazo y se lo mando también a tu familia.
ResponderEliminarQue triste. Tu abuela, al igual que otras tantas víctimas del ensañamiento, sufrió en sus carnes el dolor de la pérdida y además la humillación del silencio. Tuvo que ser durísimo. Me alegré que no se hubiese enterado de quién era la casa para la que trabajaba. De haberlo sabido su dolor se hubiera acentuado.
ResponderEliminarMuy triste. Por tu abuelo, por tu abuela, por tu madre... por toda tu familia y por todos los que vivieron situaciones similares (o la mayoría).
Un abrazo
Sí Verdial, lo que sufrió sólo lo sabía ella, pues además era una mujer que se tragaba los problemas para que los demás no sufrieran con ellos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tus datos personales y lo que escribes aquí me ha removido por dentro. Más gente como tú...
ResponderEliminarSaludos
Aunque lo mío no tiene gran mérito comparado con quienes me precedieron, te agradezco tus palabras, laquesuscribe, pues siempre es bueno encontrarse en el camino a gente que te anima. Sí, hace falta mucha más gente que no olvide ni deje que otros olviden.
ResponderEliminarUn saludo.
hola soy nieto de republicano, y mi abuelo no fue fusilado, pero murio de miedo que al final es lo mismo;
ResponderEliminarpues un cacique de tarazona, lo amenazaba dia si y dia tambien, y no es que le tuviera miedo al amenazante sino que no iban solos a represaliar;
pues cuando lo hacian, ivan en manada como los bufalos;
COBARDES cobardes pues solos no tenian coj.. "agallas". mi pobre abuelo el "delito" que hizo, fue ser miembro del comite de empresa de la fabrica de harinas de marqueta; años 35 o 40 mas o menos. segun me contaba mi abuela, que como tantas otras las paso muy putas para sacar adelante a sus hijos; como tantas y tantas de la epoca y los cobardes mientras "en misa " y viviendo
un saludo y aplausos a tu blog compañero.
Cuánto me alegro de que me hayas encontrado, Anónimo. Ayer mismo me metí en el foro de Tarazona para dar a conocer mi blog. Yo sé que allí estáis muchos nietos y bisnietos de gente buena, como mi abuelo y otros, que sólo quisieron luchar por un mundo mejor. Y por eso los mataron, como tú dices, cobardemente, en cuadrilla, pues solos no tenían cojones para ello.
ResponderEliminarSi quieres eres bienvenido a participar en este blog, como si fuera tu casa. Estaría encantado de dar a conocer la historia de tu abuelo y de tu familia.Hace falta que no se les olvide. Hace falta que no olviden.
Te mando un abrazo, compañero.