El agudo sonido de la trompetilla resonó en la Plaza Mayor de Torrellas, aunque sus ecos llegaban también, amortiguados, a las últimas casas del pueblo. Marcelino, el alguacil, carraspeó antes de dar lectura al “bando” municipal de ese día. “¡Se hace saber…!” eran las palabras con las que siempre comenzaba sus pregones. Como siempre también muchos curiosos se acercaban para estar bien informados. Otros esperaban a que terminase para comentar lo escuchado.
Esta era quizás la parte de su trabajo de la que se sentía más orgulloso Marcelino, un trabajo que tenía en realidad múltiples y variados oficios, entre ellos relojero del reloj municipal al que subía a dar cuerda, vigilante del servicio de aguas y del alumbrado de las calles, y un sinfín de tareas por las que cobraba del ayuntamiento unas pocas pesetas. A pesar de ello, sabía que servía al pueblo y a sus vecinos y esa conciencia de sentirse útil le recompensaba más que la magra paga que recibía.
Además, tenía como alguacil cierta autoridad moral entre los vecinos y era respetado siempre en cuantas advertencias o recomendaciones pudiera realizar, en atención a los servicios y órdenes municipales. Eso no quitaba para que, en ocasiones, su tarea pudiera resultar algo enojosa y antipática, pues era él quien daba la cara para el cumplimiento de una norma o acción ordenada por el alcalde.
Nada de eso le impedía llevarse bien con todos en un pueblo donde tabernas y cafés, principales lugares de ocio y de sociabilidad, se distinguían por la posición económica e ideológica de quienes iban a ellos. Estaba el Café de los monárquicos en la plaza de la iglesia y el Café Moderno, también llamado Republicano, en la plaza mayor. Era a éste último al que solía acudir Marcelino en algún rato libre. De todos era sabida su amistad con republicanos y gentes de izquierdas del pueblo, especialmente con muchos afiliados a la UGT con los que compartía la ilusión de conseguir un mundo mejor y más justo pero que no terminaban de convencerle para que se afiliara.
Así transcurría la vida de un chico joven y soltero, para quien las preocupaciones de la vida adulta estaban aún muy lejos, lleno de ilusiones para el futuro e inconsciente de lo que se venía encima.
El alcalde y los concejales socialistas habían sido depuestos por los golpistas varias semanas atrás. Así los habían neutralizado para evitar que reorganizasen al pueblo, desorientado frente al golpe. A él también lo habían depurado de su cargo de alguacil, aunque todos sabían que trabajar para el ayuntamiento no significaba que él fuera un frentepopulista practicante.
A pesar de todo se encontraba aquella tarde de octubre en casa, junto a sus padres y sus hermanos. La puerta, siempre abierta, dejó paso a tres o cuatro desconocidos que gritaron su nombre: “¡Marcelino Navarro Torres, que baje!”. Al oírlos, uno de los hermanos mayores descendió las escaleras para encontrarse con aquellos hombres armados, cuyas camisas azules y correajes cruzados los delataban como falangistas. “¿Qué queréis?”, les preguntó irritado por aquella intromisión y los malos modos que demostraban. Por toda respuesta, el que parecía ser el cabecilla le puso una pistola en la cabeza mientras le empujaba hacia la calle. Afuera, alguien gritó: “¡No, ese no es, es otro más pequeño!”. Entonces se presentó Marcelino, diciendo “Yo soy el que buscáis”. Cuando se lo llevaban, su madre le quiso dar una chaqueta pues ya refrescaba. “No le va a hacer falta”, dijo desdeñoso uno de los miembros de la cuadrilla.
Aquella misma noche le asesinaron. Dicen que quienes están a punto de morir recuerdan nítidamente los acontecimientos de toda su vida. A Marcelino le debió costar poco tiempo el hacerlo. Sólo tenía 17 años. Y toda la vida por delante.
Esta era quizás la parte de su trabajo de la que se sentía más orgulloso Marcelino, un trabajo que tenía en realidad múltiples y variados oficios, entre ellos relojero del reloj municipal al que subía a dar cuerda, vigilante del servicio de aguas y del alumbrado de las calles, y un sinfín de tareas por las que cobraba del ayuntamiento unas pocas pesetas. A pesar de ello, sabía que servía al pueblo y a sus vecinos y esa conciencia de sentirse útil le recompensaba más que la magra paga que recibía.
Además, tenía como alguacil cierta autoridad moral entre los vecinos y era respetado siempre en cuantas advertencias o recomendaciones pudiera realizar, en atención a los servicios y órdenes municipales. Eso no quitaba para que, en ocasiones, su tarea pudiera resultar algo enojosa y antipática, pues era él quien daba la cara para el cumplimiento de una norma o acción ordenada por el alcalde.
Nada de eso le impedía llevarse bien con todos en un pueblo donde tabernas y cafés, principales lugares de ocio y de sociabilidad, se distinguían por la posición económica e ideológica de quienes iban a ellos. Estaba el Café de los monárquicos en la plaza de la iglesia y el Café Moderno, también llamado Republicano, en la plaza mayor. Era a éste último al que solía acudir Marcelino en algún rato libre. De todos era sabida su amistad con republicanos y gentes de izquierdas del pueblo, especialmente con muchos afiliados a la UGT con los que compartía la ilusión de conseguir un mundo mejor y más justo pero que no terminaban de convencerle para que se afiliara.
Así transcurría la vida de un chico joven y soltero, para quien las preocupaciones de la vida adulta estaban aún muy lejos, lleno de ilusiones para el futuro e inconsciente de lo que se venía encima.
El alcalde y los concejales socialistas habían sido depuestos por los golpistas varias semanas atrás. Así los habían neutralizado para evitar que reorganizasen al pueblo, desorientado frente al golpe. A él también lo habían depurado de su cargo de alguacil, aunque todos sabían que trabajar para el ayuntamiento no significaba que él fuera un frentepopulista practicante.
A pesar de todo se encontraba aquella tarde de octubre en casa, junto a sus padres y sus hermanos. La puerta, siempre abierta, dejó paso a tres o cuatro desconocidos que gritaron su nombre: “¡Marcelino Navarro Torres, que baje!”. Al oírlos, uno de los hermanos mayores descendió las escaleras para encontrarse con aquellos hombres armados, cuyas camisas azules y correajes cruzados los delataban como falangistas. “¿Qué queréis?”, les preguntó irritado por aquella intromisión y los malos modos que demostraban. Por toda respuesta, el que parecía ser el cabecilla le puso una pistola en la cabeza mientras le empujaba hacia la calle. Afuera, alguien gritó: “¡No, ese no es, es otro más pequeño!”. Entonces se presentó Marcelino, diciendo “Yo soy el que buscáis”. Cuando se lo llevaban, su madre le quiso dar una chaqueta pues ya refrescaba. “No le va a hacer falta”, dijo desdeñoso uno de los miembros de la cuadrilla.
Aquella misma noche le asesinaron. Dicen que quienes están a punto de morir recuerdan nítidamente los acontecimientos de toda su vida. A Marcelino le debió costar poco tiempo el hacerlo. Sólo tenía 17 años. Y toda la vida por delante.
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Daniel acá hemos tenido muchos Marcelinos, se los llevaron de noche, en ropa interior descalzos y no volvieron mas.
ResponderEliminarLos asesinos, la gran mayoría están sueltos, recién ahora que se han derogado las leyes de punto final (como eufemísticamente llamaban) hay mas de 1200 militares y policías siendo juzgados por los crímenes cometidos.
Ellos no respetaban edad ni sexo, y ahora insisten en ampararse en leyes y un Contitución que fueron lo primero que violaron.
Es muy importate lo que estas haciendo, ya que en parte lo que siempre han querido estos carniceros es el olvido, y el silencio.
Y sin ir muy lejos hoy en día los sionistas hijos de puta están haciendo lo mismo, deteniendo, mutilando y asesinando sin contemplación del sexo o la edad al heroico pueblo palestino.
Te mando un abrazo fraterno, porque en verdad te considero mi hermano.
Abrazo
Sería un bonito relato si no fuera una cruel realidad.
ResponderEliminarSaludos
Maravilloso Daniel,es estupendo que todo los fusilados de tu pueblo tengan un trocito de recuerdo, que se sepa quienes fueron y que es lo que hacian,jala se pudiera hacer lo mismo con todos con los cientos de asesinados anonimos que hay en este pais y que si por los gobiernos que hemos tenido y tenemos fuera serian silenciados ya que su recuerdo les es molesto un saludo y adelante.
ResponderEliminarA Francisco Flecha Andrés: Lo malo es que relatos como éstos hay a miles, cuanto más investigas más encuentras y cada uno de ellos más cruel que el anterior.
ResponderEliminarA Lux Aeterna: Gracias por la hermandad que me ofreces. La acepto y te ofrezco la mía. Ya sé que en tu país hubo algo muy parecido al mío. Vosotros aún estáis a tiempo de llevar a la cárcel a muchos de los milicos hijos de puta y a sus cómplices. Buscad, buscad a vuestros desaparecidos aunque parezca imposible encontrarlos. Aquí ya han pasado 73 años del asesinato de los nuestros y de otros muchos miles como ellos. Ya es imposible e inútil querer buscar a los culpables, que han muerto. Pero nos queda la denuncia, el intentar por todos los medios que no se les olvide y el darles, cuando encontremos los restos de los nuestros, la sepultura digna que aquellos hijos de puta les negaron.
Un abrazo.
Y sí, como mujer, la imagen de la madre intentando alcanzarle un abrigo a su hijo casi me arranca lágrimas.
ResponderEliminarEs muy importante ver a las víctimas de esta forma, tan humana, como los mostrás... Poder reconocerlos. Poder verlos en su día a día para que no sean solo cifras, que tengan un nombre, un rostro. Que los crímenes no se oculten más. Que no se puedan negar.
Un beso grande.
A Severino el Sordo: Yo creo que es imprescindible que les pongamos caras y digamos que eran personas normales, que trabajaban y vivían como nosotros. Si no lo hacemos así, parece que hablásemos de fantasmas, de tristes huesos descarnados.
ResponderEliminarNo tengo palabras, esta tarde estoy reencontrandome con tantos recuerdos y emociones compartidas por todos, solo decir gracias por compartir los recuerdos para una memoria digna, que es de todos.
ResponderEliminarEstupendo Blog, seguir caminando por la memoria. Un abrazo.
¡Salud, Memoria y Libertad!
A SaiZa: como siempre, gracias por tus palabras y por tu apoyo. Un abrazo.
ResponderEliminarHace tres dias que me he separado un poco de nuestro pasado,(a veces es recomendable, pues la rabia y el dolor son inaguantables), pero al leer tu entrada..............algo en mi interior se ha roto de nuevo, recuerdos,palabras al oido, miedos aun latentes, frases como :"hijo, dejalo, jamas encontrare a mi padre", o, "ten cuidado, que estos aun pueden hacer mucho daño".
ResponderEliminar¿Para cuando una verdadera ley de memoria historica?, ¿una ley que juzgue a los que aun viven (que son muchos), que declare nulos los simulacros de juicios, que reponga la dignidad de todas las victimas del franquismo?.
Jamas aceptare la ley de punto y final que se nos obligo a aceptar en la transicion.
Un abrazo amigo mio
A Naveganterojo: Te aseguro que yo también estoy un poco sobrepasado y aún no hemos empezado con el verdadero trabajo, la exhumación de los restos de los nuestros. Esa ley de punto final la hicieron sin contar con nosotros,aprovechándose del miedo, del miedo de décadas. Yo tampoco la aceptaré jamas.
ResponderEliminarOtro fuerte abrazo para ti.
pero ahora a la supuesta izquierda que nos esta gobernando tampoco le debe de interesar mucho hacer las cosas como se debe, y llamar al pan pan y al vino vino o es que acaso no es recomendable remover la historia.
ResponderEliminarA Severino el Sordo: es que, a poco que remuevan, se quedarán horrorizados con la cantidad de huesos que salgan y no sabrán qué hacer con ellos. Saben que la realidad superará con creces todos los cálculos.
ResponderEliminarImagino que esto te gustara, un abrazo.
ResponderEliminarhttp://www.foroporlamemoria.info/noticia.php?id_noticia=5904
Daalla, no me avergüenza decirte que he roto a llorar leyendo tu relato incluso antes de terminarlo, seguramente porque ya intuía el final, pero ha sido cuando pusieron la pistola en una cabeza que no era la que buscaban cuando me he roto del todo. Habrá habido tantos y tantos casos así... Y he llorado por Marcelino, que yo no conocía pero que es como si hubiese vivido codo a codo con él leyendo tus letras, y por esa madre, porque yo también lo soy y me he puesto en su lugar. Y por encima de todo porque el pasado duele mucho, tanto que nunca llega a ser pasado. Siempre es presente y hay que luchar porque lo siga siendo.
ResponderEliminarUn abrazo