.post blockquote { width:275px; margin: 10px 0 10px 50px; padding: 10px; text-align: justify; font-size:15px; color: #e1771e; background: transparent; border-left: 5px solid #e1771e; } blockquote { border-left:3px solid #CCCCCC; color:#776666; font-style:italic; padding-left:0.75em; } Fusilados de Torrellas: octubre 2010 http-equiv="Content-Type" content="text/html; charset=UTF-8" />

Ícaro remonta el vuelo de nuevo

"¡Loor a los Héroes!" Cartel de Arturo Ballester para la CNT-AIT. La semejanza de los aviadores republicanos con el míto de Ícaro es innegable. Fuente: El Canto del Búho

Narra la mitología que Ícaro, hijo de Dédalo, escapó junto con éste del laberinto en el que fueron encerrados por el rey Minos, valiéndose de unas alas unidas al cuerpo por medio de cera. Pero Ícaro, desoyendo las instrucciones de su padre, se acercó en su vuelo demasiado al sol, con lo que se derritió la cera que le unía a sus alas, y cayó al mar, donde murió.

24 de agosto de 1937. Tres modernos Ícaros vuelan sobre el Moncayo. Su Tupolev SB-2 de bandera republicana vuelve de bombardear el aeródromo de Soria, en manos facciosas. Su misión se ha cumplido con éxito. Han conseguido debilitar en parte las fuerzas que pudieran reforzar los efectivos de la Batalla de Belchite.


No es el sol, sino dos cazas italianos los que, disparando varias ráfagas de ametralladora, alcanzan el aparato con varios impactos incendiándose a continuación y cayendo envuelto en llamas
.

Uno de los aviadores no consigue salir del aparato y fallece en el impacto. Los otros dos pueden saltar en paracaídas, aunque uno de ellos no consigue abrirlo falleciendo en la caída.


El Katiuska SB-2 fue el bombardero medio estándar de la aviación republicana.Era muy rápido pero se incendiaba con facilidad por la escasa protección de sus depósitos de combustible (el fuselaje era de duralumino). Se trataba en realidad de un avión muy poco probado en origen. Las tripulaciones le sacaron todo el partido que pudieron y tuvieron numerosísimas y destacadas actuaciones, participando en el hundimiento del "Baleares" y el bombardeo del "Deutschland" que tanto irritó a Hitler. Fuente: Memoria Republicana
Los cuerpos de los dos aviadores fueron enterrados en el cementerio de Ágreda mientras que el superviviente fue detenido y posteriormente canjeado por otros prisioneros de guerra.

La identidad de los tripulantes del también conocido como “Katiuska” se mantuvo desconocida hasta hace apenas cuatro años. En el libro antiguo del cementerio de
Ágreda aparecen registrados como “dos desconocidos hallados en la dehesilla, aviadores rojos” y enterrados en “lo que fue cementerio civil”.

Esos datos tan vagos fueron conocidos en algún momento por nuestras familias, las cuales hablaban de que unos aviadores republicanos estaban enterrados junto a nuestros abuelos. Mucho después supimos que podían proceder de la provincia de Murcia pero sólo el trabajo de los investigadores logró ponerles nombres y apellidos.
(1)

Los nombres no aparecieron nunca en el panteón erigido por nuestras abuelas, pues nos eran desconocidos. Hoy estamos orgullosos de conocerlos.
El sargento piloto Antonio Soto y el sargento observador Luis Gil serían los que murieron en el derribo del aparato según relató el cabo ametrallador Blas Paredes, único superviviente cuyo testimonio fue recogido en las investigaciones.

Cuando los familiares de Luis, Marcelino, Gregorio y Feliciano nos unimos para exhumar a los nuestros, tuvimos muy claro desde el principio que también deberíamos intentar ponernos en contacto con los posibles descendientes de los pilotos republicanos.


Creímos que era de justicia
exhumar los restos de todos los que murieron por la República. para que recibieran el entierro digno que merecían.

Formación de Katiuskas SB-2 en misión de bombardeo. Al principio, estos aparatos eran difíciles de derribar, pues eran tan rápidos como los cazas, pero con la llegada del Me-109 alemán, sus bajas comenzaron a ser alarmantes. Fuente: Memoria Republicana
Sin embargo, a pesar de habernos puesto en contacto con la Asociación de Aviadores de la República (ADAR) y con algunos medios informativos murcianos, la esperanza de encontrar a familiares de los aviadores se fue desvaneciendo pues no aparecía ninguno.

Finalmente llegó el momento de exhumar a los nuestros, tan esperado por todos nosotros. Nuestra satisfacción fue doble, porque nuestro sueño, el sueño que nos unía a cuatro generaciones, iba al fin a hacerse realidad. Y, al mismo tiempo, porque ADAR iba a hacerse cargo de los restos de aquellos pilotos caídos en combate.


Hacía pocas horas que habíamos cerrado la fosa donde habían yacido los nuestros, cuando una nueva excavación puso de manifiesto el primer hallazgo de sus restos.


El mecánico prepara la escalerilla para que el observador ocupe su puesto. El piloto accedía por la carlinga, y el ametrallador también por su propia carlinga tal como se puede apreciar en esta imagen.Fuente: Memoria Republicana
Se trataba, curiosamente, de sus cazadoras, excelentes prendas de cuero que aparecieron en un buen estado de conservación y que dejaban pocas dudas de su identidad. Por si fuera poco, los huesos de uno de ellos revelaban los estragos que el fuego había hecho en ellos.

Sus restos, una vez exhumados, fueron llevados a San Sebastián donde se les realizará, como a los de los nuestros, la necropsia. Posteriormente serán incinerados aunque se conservarán muestras de ADN. Sus cenizas serán custodiadas hasta que un día puedan ser reclamadas por algún familiar.


Al estallar la guerra civil el Gobierno republicano consiguió retener en sus manos la mayor parte de las Fuerzas Aéreas Españolas. Sin embargo la mayoría de tales fuerzas la constituían modelos construidos entre 1917 y 1925 con lo que estaban anticuados, mal pertrechados de armamento y bien pocos superaban la velocidad de 200 km/h. Algunos incluso podían considerarse inservibles.


Miembros del 24 grupo de bombardeo se fotografían delante de uno de los aparatos de la escuadrilla. Fuente: Memoria Republicana
Fue del todo necesario adquirir aviones de otros países, aquellos que quisieron venderlos a la República. La URSS fue el único país que se los facilitó de una forma continuada.

Las bajas inevitables ocasionaron que hubiera que mandar a la URSS escalonadamente grupos de alumnos, al mando de un jefe de aviación español. Estos alumnos se escogían entre los mejores combatientes de los frentes. Los cursos duraban generalmente seis meses, al cabo de los cuales regresaban a España perfectamente instruidos y en posesión de los títulos de piloto, observador, bombardero, ametrallador… según las aptitudes y preferencias de cada uno. Cuando se incorporaban a los aeródromos, estaban en condiciones de prestar servicio desde el mismo día de su llegada
.

Sin la aviación republicana la defensa de Madrid hubiera sido imposible. “El pequeño número de aviones de que disponían las fuerzas populares estaba todo el día en el aire, confundiendo al enemigo, que no podía imaginarse que fueran siempre los mismos aviones y los mismos aviadores quienes realizaban el milagro de cubrir y defender el cielo de Madrid". (2)


No es extraño que los madrileños la bautizaran como “La Gloriosa”, cuando los aviones republicanos aparecieron en el cielo de Madrid alumbrando la esperanza de que la ciudad no caería.


Portada de la Revista Ícaro (enero 2009). Publicada por ADAR, muestra una fotografía de Robert Capa en la que los madrileños miran al cielo entusiasmados al ver a parecer a la aviación republicana, "La Gloriosa". Fuente: ADAR
La audacia de los pilotos republicanos “les llevó a batirse en difíciles condiciones de inferioridad y con un espíritu de acometividad y de sacrificio ejemplares (…)Los servicios dados por los aviadores superaban todos los cálculos; piloto hubo que realizó en una jornada siete servicios, todos con combate, pues las circunstancias en que se luchaba exigían una verdadera congestión de trabajo y de esfuerzo (...)" (3)

Sin embargo, aquellas hazañas sin cuento no pudieron evitar que “La Gloriosa”, las Alas de la República, fuera lenta y dolorosamente derrotada por tres flotas aéreas, la nacional, la
italiana y la más poderosa de entonces, la alemana.

Luchando contra todas las dificultades, la epopeya de aquellos pilotos y de todo el personal a cargo de los aviones es digna de admiración.


Su actuación, llena de honor y de sufrimiento, es la gesta heróica de quienes defendieron los derechos y las libertades de sus compatriotas hasta más allá de lo imaginable, hasta su último suspiro, hasta la última gota de su sangre.


«Morir como Ícaro vale más que vivir sin haber intentado volar nunca, aunque fuese con alas de cera» (4)




Notas


(1) Lozares, M. Los aviones del Moncayo. Centro de Estudios Turiasonenses, Zaragoza, 2008.
(2) Ibárruri, D. El único camino. Bruguera, Barcelona, 1979.

(3) Rojo, V. España heróica, diez bocetos de la guerra española. Ariel, Esplugues de Llobregat (Barcelona), 1975.

(4) Unamuno, M., «¡Adentro!», en La agonía del cristianismo. Mi religión y otros ensayos, Plenitud, Madrid, 1967.


Fuentes documentales

Webgrafía

-
Esquema relativo a las tareas a bordo del SB-2. Fuente: Memoria republicana
-
Aviones de las Fuerzas Aéreas Republicanas. Fuente: Memoria Republicana
- La Gloriosa. Fuente: La Insignia
- El Ejército Republicano. Fuente: Guerra Civil 1936.

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Un sueño se cumple


Puerta de acceso al cementerio.

Parecía que se hubiesen quedado dormidos, tal era la sensación de placidez que parecían reflejar sus posturas, tres de ellos tendidos hacia arriba y el otro de costado. Todos tenían las manos juntas sobre el pecho, como si estuviesen rezando. Al principio temimos que estuviesen atados. Muchos han sido ya los restos de republicanos hallados en fosas maniatados con alambre, un material que desafía al tiempo.


Pero no era así. Los expertos de Aranzadi nos tranquilizaron enseguida. Sus manos estaban así porque así se las colocó quien les dio sepultura, un enterrador del cementerio que, conocedor de su oficio y poseedor de la piedad propia de quien se dice que compartía con ellos las mismas ideas, quiso ubicarlos en la fosa de la manera más digna posible.


Si hubieran sido enterrados donde los mataron, sus asesinos los hubieran enterrado de cualquier manera, de forma que sus huesos estarían mezclados haciendo mucho más difícil su identificación. Creo que todos los familiares, sin decirlo abiertamente, sentimos en el alma no poder agradecerle a aquel profesional su trabajo bien hecho y la dignidad con la que había tratado a los nuestros, en aquellos tiempos de infamia y de violencia.


Se encontraban justo donde Concepción, una anciana de Ágreda, había declarado verlos cuando aún era una niña en aquella mañana del 20 de octubre de 1936. Escondida en una torre al lado del cementerio, “el Palomar”, supo decirnos tantos años después el lugar exacto en el que había que cavar.


Desde esta torre, "El Palomar", situada junto a la tapia del cementerio, pudo ver Concepción el lugar donde enterraban a los nuestros. Tenía 9 años.
Su testimonio fue corroborado por la ciencia. El día anterior el georradar había confirmado que había un enterramiento donde Concepción señalaba. Así nos lo explicó Luis Avial, que había operado el aparato, la noche anterior a la exhumación. Aquella noche comenzamos a ser conscientes de la profesionalidad y de la experiencia de los profesionales de la Sociedad Aranzadi que vinieron a realizar el trabajo.

En el transcurso de las horas que pasamos con ellos descubrimos también su inmensa humanidad que derrocharon con todos nosotros, siempre accesibles, siempre dispuestos a escucharnos y a responder nuestras preguntas. Nos transmitían una sensación de seguridad, la que se siente cuando sabes que estás en buenas manos.


Jamás olvidaré lo que sentí al ver aparecer el primer cráneo. “¡Ya está!”, pensé. Puede que hasta lo dijera en voz alta. Todos nos quedamos en silencio, sobrecogidos por aquella visión. Era la primera vez en 74 años que alguien veía lo que quedaba de nuestros abuelos. Tuve la corazonada de que aquellos huesos rotos, los primeros que salían, pertenecían a mi abuelo Feliciano. Cuando me serené, pensé que era un pensamiento algo ingénuo pues seguro que los familiares de los otros tres compañeros de mi abuelo habían pensado lo mismo y que sólo el análisis científico confirmaría a quién de los cuatro pertenecía aquella calavera rota por el tiro de pistola que llaman “de gracia”.


Pero esa sensación de pertenencia no me abandona a pesar de los días transcurridos.


Los profesionales de la Sociedad Aranzadi trabajando en la parte más delicada de su impagable labor.
Quienes sí pudieron desde el principio estar seguros de su identidad fueron los familiares de Marcelino. Era con mucho el más joven, pues sólo contaba con unos 16 años cuando lo asesinaron. Sus huesos, a los ojos de los profesionales de Aranzadi, mostraron enseguida su juventud. Fue todo un privilegio escuchar la clase magistral que Francisco Echeverría, el director de la exhumación, dirigía a las estudiantes de medicina que se habían desplazado a Ágreda renunciando a un fin semana de ocio, más que merecido, en su País Vasco natal.

Poco a poco los huesos de Marcelino, Luis, Gregorio y Feliciano iban emergiendo de la tierra que les había ocultado tanto tiempo. Un paciente y meticuloso trabajo de limpieza los iba liberando, a la par que aparecían también pequeños objetos personales, botones, una moneda, restos de lo que pudo ser una bufanda… Pobres objetos de gente pobre, como puso de manifiesto la artrosis de las vértebras lumbares de los más mayores, dolencia propia de quienes desde muy temprana edad habían tenido que trabajar muy duro para ganarse la vida.


Mientras los profesionales realizaban esta necesariamente lenta tarea bajo la lona que les cobijaba, los familiares estuvimos aguantando a pie firme el tiempo infernal que se desató aquella primera tarde. Parecía como si los dos guardianes de nuestros abuelos, el gran ciprés y el Moncayo, se hubieran confabulado para impedir que se los arrebatáramos.


Casquillo de una bala de pistola.
Pero ni el frío, ni la lluvia, ni el cierzo, ni todas las furias desatadas hubiesen logrado que desistiéramos. Teníamos la fuerza y el tesón de nuestras abuelas, la fuerza y el tesón que derrocharon para enfrentarse a la vida sin sus maridos, para mirar sin bajar la vista a quienes en Torrellas les habían denunciado, tan culpables de su muerte como los que apretaron el gatillo

Teníamos la fuerza y el tesón de Calixto, hijo de Gregorio, y de Mercedes, hija de Feliciano, los últimos de su generación. Y teníamos la fuerza de nuestros hijos, bisnietos de aquellos a quienes estábamos exhumando.


Llegó por fin el momento de levantar sus restos y catalogarlos. Es curioso lo poco que ocupan los huesos de una persona…Introducidos en cajas de plástico, sobraba espacio para transportarlos.


Y sobra espacio...
La fosa quedó vacía. Mientras la contemplábamos aún incrédulos por lo que habíamos conseguido hacer, fueron saliendo de nuestros labios palabras que intentaban expresar el torrente de sentimientos que experimentábamos: alivio, descanso, recuerdo, gratitud…

Iván Aparicio, presidente de Recuerdo y Dignidad, tuvo el atinado gesto de introducir una bandera republicana en aquella fosa que retuvo los cuerpos de los nuestros casi durante tres cuartos de siglo.


Esa bandera representaba por igual a los cuatro. De nuevo, como tantas otras veces, no pude por menos que admirarles. Cuatro hombres sencillos y honrados de un pequeño pueblo que no salía en los mapas… cuatro personas con poca cultura, en un país donde 8 de cada diez eran analfabetos… habían sido capaces de trascender de lo cotidiano, de elevarse por encima de sus duras condiciones de vida y se habían atrevido a soñar con un mundo más justo y a trabajar por él con los limitados medios a su alcance.


Su sueño terminó en pesadilla. Los poderosos no quisieron permitir los tímidos avances que intentaban llevar a cabo con la República. Por eso los mataron, a ellos que nunca habían tenido un arma en sus manos, pues su única arma fue la palabra…Por eso los mataron, en un lugar de la retaguardia donde jamás hubo una guerra civil ni combatieron ejércitos, pero donde las partidas paramilitares, los perros de presa de los terratenientes asesinaban cada noche con la bendición de los curas y el aplauso de la gente de “orden”.


Una bandera republicana presidió toda la exhumación. Otra fue enterrada en el lugar que ocuparon los nuestros.
La excavadora iba cubriendo de nuevo la fosa. Mientras la bandera tricolor desaparecía de la vista me prometí que esto no podía acabar así. Es mucho lo que hemos conseguido, pero esto no deja de ser una pequeña reparación para los familiares.

Hemos recuperado la memoria de los nuestros. No su dignidad, pues nunca la perdieron. Pero queda todavía la reparación que se les debe hasta conseguir algo parecido a la justicia.


Por eso mis últimas palabras fueron y siguen siendo


¡Salud y República!



Las imágenes que acompañan a esta entrada pertenecen a Mercedes, mi hermana, infinitamente mejor fotógrafa que yo.
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Se abre una fosa, se cierra una herida.

¡Cobardes! ¡Asesinos! Dibujo de Castelao en la serie Galicia Mártir (febrero 1937). Fuente: Tripod

Ganaron la guerra e inmediatamente los nombres de los “Caídos por Dios y por España” fueron glorificados y esculpidos en fachadas de consistorios y catedrales, a la vez que edificaban en su honor multitud de monumentos, alguno tan desmesurado como el Valle de los Caídos.

Ejecutaron a cientos de miles de hombres y mujeres que osaron enfrentarse a ellos para defender el sueño igualitario de la República. Emplearon para ello sentencias “legales” de Consejos de Guerra sumarísimos; a otros les aplicaron la “Ley de fugas”, o los “pasearon” y enterraron en fosas comunes, o los encerraron en campos de concentración y de exterminio, o en presidios; o les persiguieron hasta el exilio, o les multaron o confiscaron sus bienes...


Monumento a los Caídos (franquistas) del cementerio de Ágreda. Situado en un lugar central del mismo, sólo pocos metros separan a los "buenos" de los "malos" enterrados en el entonces más recóndito lugar que encontraron para ellos. Fuente: Anabel Lapuente.
A las mujeres “desafectas”, las raparon el pelo y purgaron con aceite de ricino… y si parían estando presas, les robaban los hijos que repartían entre jerarcas del régimen. En las escuelas, las aulas eran presididas por un crucifijo flanqueado por el genocida Franco y el falangista Primo de Rivera; a alumnos y alumnas les obligaban a cantar el “Cara al sol”, asistir a misa y rezar a Dios y a la Virgen por la supervivencia de la “España, Una, Grande y Libre” y por la salud del Caudillo.


Esclavizaron a prisioneros de guerra, y los emplearon en la construcción de ferrocarriles, puentes, carreteras, y en la reconstrucción de poblaciones que destruyeron los bombardeos. Miles de estos esclavos fallecieron por la dureza del trabajo, el hambre, el frío, la falta de higiene y las enfermedades. Mientras así padecían los vencidos, los voluntarios del triunfante golpe militar eran agasajados y disfrutaban de privilegios para trabajar, estudiar, acceder a la vivienda, a alimentos, a ayudas sociales, adjudicación de estancos, loterías, taxis... Hasta en los transportes públicos, los mejores asientos se reservaban para los “Caballeros Mutilados”.


Entretanto nuestras abuelas tuvieron que afrontar el hecho devastador de haberse quedado sin sus maridos, o sin sus hijos, asesinados por los falangistas no demasiado lejos de su pequeño pueblo aragonés.


Comenzaban un calvario de años, sufriendo afrentas y humillaciones de todo tipo. Tuvieron que oir de todo desde la misma mañana que supieron del destino de Gregorio, Feliciano, Marcelino y Luis. “Hoy la carne estará barata”, pregonaban las mujeres falangistas de Torrellas, alborozadas por el asesinato de unos trabajadores honrados y cabales cuyo crímen había sido luchar por sus derechos y por los de otros como ellos que sufrían las tremendas desigualdades sociales de aquellos años 30.


Proyectiles de 7 mm. hallados en el Pozo de los Fusilamientos del Castillo de San Felipe en Ferrol (La Coruña). Fuente: Arqueología de la Guerra Civil Española
Tenían prohibido llevar luto y hablar de los suyos, en un intento de que el miedo llevase al silencio y éste trajese el olvido. De no haber sido por el testimonio de algunos que se atrevieron a enfrentarse al terror de aquellos días, ni siquiera hubieran sabido el lugar donde les habían enterrado. Una fosa común en el cementerio civil de Ágreda, donde inhumaban a niños sin bautizar, a los ateos o a quienes no eran afectos a la católica religión. Un lugar degradado que fueron convirtiendo en un auténtico vertedero.

Durante años y años no les fue permitido que visitaran el camposanto, tuvieron que hacerlo clandestinamente, muchas veces al amparo de la noche. La vida fue muy dura para nuestras abuelas. Tuvieron que trabajar de sol a sol en cualquier cosa que saliera para sacar adelante a sus hijos, huérfanos de quienes hasta entonces habían traído el pan a casa tras largas y agotadoras jornadas en el campo, en el ferrocarril… en cualquier ocupación que permitiera ganar una peseta.



Fosa común del cementerio civil de Ágreda. Después de años de sinsabores hoy es un lugar con cierta dignidad. Mi madre recuerda cómo, siendo niña, tenía que encaramarse a la tapia del fondo para contarle a su madre que la tumba de su padre era el vertedero del cementerio.
Aun en la intimidad de sus hogares bajaban la voz y miraban a los lados cuando hablaban con sus hijos sobre lo que les había pasado a sus padres. Era tal el terror que les habían inspirado sus asesinos que algunos no abrieron la boca durante muchos años, y los más procuraron no hablar “demasiado”, no fuera que los niños se traicionasen diciendo algo "inconveniente" durante sus juegos o en sus conversaciones con los adultos. Sabían que las represalias serían terribles. Para protegerles era mejor que no supieran casi nada.

Pero siempre mantuvieron encendida la llama del recuerdo que fue pasando, como una antorcha olímpica, de sus manos a las de sus hijos, y de las de éstos a las de nosotros, sus nietos, y a sus bisnietos.


Siempre me viene a la cabeza la imagen de mi abuela, mujer dura pero tierna con sus nietos, a la que no recuerdo haberla visto nunca reir abiertamente. Tardé muchos años en comprender que la pobre tenía bien pocos motivos para hacerlo. Ella y luego mi madre introdujeron en mi corazón la nostalgia por un abuelo al que nunca conocí y al que siempre he echado de menos como si lo hubiera conocido.


Pasaron también los años de la “modélica” transición. El “pacto de silencio” que se alcanzó sobre las víctimas republicanas de la Guerra Civil y del franquismo se parece mucho a la "Omertá", el código de honor siciliano que prohíbe hablar sobre la mafia, so pena de muerte para quienes incumplan el juramento. No hay más que ver cómo nos tildan a quienes no queremos otra cosa que exhumar a los nuestros de “querer reabrir las heridas”, de “guerracivilistas” o de “sectarios” que sólo miran a un bando de la contienda.


Toda una campaña de insultos y amenazas para impedir que se aplique la tímida Ley de la Memoria Histórica que ha alcanzado su punto álgido con la expulsión de Baltasar Garzón de la Audiencia Nacional y su posterior exilio por haberse atrevido a hurgar en la cal viva de las fosas.


Libro de registro del cementerio de Ágreda en el que consta el enterramiento de dos "aviadores rojos". Hoy se sabe que se trataba de los pilotos Antonio Soto y Luis Gil, de La Unión (Murcia). Sus restos reposan junto a los de nuestros familiares y los de dos vecinos de Vierlas (Zaragoza). Los familiares de uno de estos últimos han solicitado su exhumación pero no nos ha sido posible encontrar a ningún familiar de los pilotos republicanos a pesar de haber realizado numerosas gestiones. Fuente: Curiosidades
Pero ya hemos atravesado el túnel. Parece increíble pero el próximo sábado, a escasos días de cumplirse 74 años del asesinato de Luis, Marcelino, Gregorio y Feliciano, vamos a iniciar los trabajos para su exhumación.

Soy incapaz de describir la mezcla de sensaciones que experimentamos estos días. Nerviosismo, alegría contenida, emoción…Acariciamos con los dedos esos “tiempos futuros y anhelados” (*) con los que tanto hemos soñado.


También tenemos miedos. Miedo a que algún inconveniente de último momento nos impida cerrar de una vez una página tan importante en el libro de nuestras vidas.


Miedo a hacernos conscientes de la violencia con la que fueron tratados los nuestros. No en vano los falangistas, sus asesinos, eran tristemente famosos por su ensañamiento hacia las víctimas.


Cadáveres maniatados con alambre en una fosa común del cementerio de San Rafael, Málaga, octubre de 2009. Fuente: Foto Bazar
Temor, emoción, alegría y... tristeza. Muchos no verán cumplida su ilusión de haber dado a los suyos un entierro digno, de tenerles en un lugar al que poder llevarles un ramo de flores.

En un país que tiene más fosas que Bosnia y cinco veces más “desaparecidos” que los de la dictadura argentina, somos conscientes de que nunca se podrá recuperar la totalidad de los más de 140.000 cadáveres enterrados en cunetas, montes y descampados.


Pero todos, los que ya han sido exhumados, los que van a serlo y los que por desgracia siempre continuarán en fosas ignotas eran de los nuestros.


Por eso cuando una fosa se abre, se cierra una herida.


(*) José Antonio Labordeta. "Somos".
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