.post blockquote { width:275px; margin: 10px 0 10px 50px; padding: 10px; text-align: justify; font-size:15px; color: #e1771e; background: transparent; border-left: 5px solid #e1771e; } blockquote { border-left:3px solid #CCCCCC; color:#776666; font-style:italic; padding-left:0.75em; } Fusilados de Torrellas: 2008 http-equiv="Content-Type" content="text/html; charset=UTF-8" />

Una historia tristemente repetida


Esta es la historia de cuatro hombres buenos, honrados, comprometidos, que fueron asesinados en 1936. Es una historia tristemente repetida en cientos, tal vez miles, de pueblos grandes y pequeños de España diezmados por los fascistas con matanzas perfectamente planificadas, en lo que fue, a mi entender, una verdadera “limpieza étnica”.
Luis Torres, Marcelino Navarro, Gregorio Torres y Feliciano Lapuente no merecían morir así, ajusticiados en el monte por quienes se oponían a cualquier tipo de progreso y de mejoras para el pueblo pero no a los privilegios de los ricos y de los de siempre.
Ellos no pueden, evidentemente, contar su historia. Tampoco pudieron, por miedo, sus mujeres –nuestras abuelas o bisabuelas-. Ni siquiera sus hijos e hijas –nuestros padres y madres- a los que ni siquiera les permitieron conocerlos, se atrevieron. Todos estaban amenazados con la cárcel o algo peor si hablaban más de la cuenta. A nosotros, que somos ya los nietos y los bisnietos, nos lo han contado siempre en voz baja, mirando a todos lados, evitando oídos ajenos. No sólo les dejaron sin padres. Les impusieron la losa del silencio, del temor, del “olvido”.
Pero no olvidaron. Tampoco nos dejaron a nosotros olvidarnos. Personalmente siento la necesidad de contar lo que me contaron, emprendiendo junto a otros compañeros, nietos como yo, algunos bisnietos ya, de aquellos hombres buenos, un viaje en pos de su recuerdo. Y quiero también que todos sepan de ellos y del calvario que pasaron nuestras abuelas y nuestras madres. Basta ya de silencio. Esta es su historia.

La historia comienza en Torrellas, pueblo ubicado en la actual Comarca de Tarazona y el Moncayo, al oeste de la provincia de Zaragoza, de cuya capital dista 88 kilómetros. De alrededor de 300 habitantes, era el típico pueblo en el que la gente se dedicaba a faenas agrícolas o ganaderas y, cuando podían, se empleaban como jornaleros en lo que iba saliendo, pues la vida en los años 30 era dura. La pobreza y el analfabetismo, a pesar de los esfuerzos de la República, eran moneda común.
Seguramente Luis, Marcelino, Gregorio y Feliciano estaban condenados a muerte desde mucho antes. Con toda seguridad figuraban en las listas negras que la “gente de ley y orden”, los terratenientes y los ricos del pueblo, los beatos y los “ratones de sacristía” –como los llamaba mi abuela- tenían confeccionadas con los nombres de todos aquellos sospechosos de defender, de una u otra forma, a la República.
Ellos, los cuatro, lo sabían. Seguramente lo hablaban entre ellos viendo cómo se iban poniendo las cosas sobre todo desde que en julio se habían sublevado las tropas de Franco. Cada vez más inquietos, no faltaba quien aconsejaba que huyeran todos del pueblo, antes de que fuera demasiado tarde. Pero siempre terminaban diciendo, como para tranquilizarse, “¿quién va a querer hacernos daño a nosotros, si todos saben que somos buenas personas?”.
Pero todos sabían, en el fondo de su alma, que su protagonismo político o sindical o simplemente el ser “de izquierdas” les podía deparar un final trágico si los fascistas tenían éxito y si los que había en el pueblo, agazapados, esperando, preparando las armas, les secundaban.
Ellos, los cuatro, andaban como siempre en sus tareas, sin sospechar que aquel día, 19 de octubre de 1936, sería el último de su vida. De noche, como los ladrones, vinieron a detenerles. En cuadrilla, como los cobardes, se los llevaron para interrogarles en el cuartel de la Guardia Civil. Algunos volvieron a casa, pero no se hacían ilusiones. Horas más tarde volvieron a buscarlos. Ninguno volvió ya.
No sabemos si fueron torturados, como lo fueron tantos otros. De lo que sí estamos seguros es de que no tuvieron ningún tipo de juicio, ninguna defensa. Aquella misma noche fueron asesinados cobarde, alevosamente. Algunos testigos oculares contaron que uno de ellos, que “llevaba alpargatas blancas” aún vivía cuando lo vieron. Siempre hemos creído que se trataba de mi abuelo, Feliciano Lapuente.
Sus cuerpos fueron llevados al cementerio de la cercana localidad de Agreda, en Soria, a poca distancia de Torrellas, y enterrados como “desconocidos” en una fosa común en el cementerio civil junto a los restos de personas no aptas, según la Iglesia, para ser enterradas de una forma digna, “como Dios manda”.
Gracias a una persona que les conocía, pues se dedicaba a la venta ambulante por todos aquellos pueblos, y que vio donde eran enterrados, pudieron saber sus angustiadas familias el paradero de los suyos. Al día siguiente se trasladó a Torrellas y contó, superando su propio miedo y el pánico cerval que se había instalado en el pueblo, lo que había visto. Fue una suerte para las familias, dentro de la desgracia, saber dónde podían ir a visitar a sus muertos. Muchos de los familiares de tantísimos asesinados como los nuestros llevan la pena en el corazón de que nunca sabrán dónde buscar a los suyos. Para ellos, un abrazo y nuestra solidaridad.
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"De nuevo abrirán las grandes alamedas"


" (...) Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor (...)".
Salvador Allende
11 de Septiembre de 1973
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Felicitación de Navidad


Se nos acaba un año importante. Hemos echado a andar. El camino es largo, pero todo viaje empieza por un primer paso. Ánimo a todos, que no nos falte la luz.
Feliz Navidad y que el año que viene podamos hacer realidad nuestro deseo de que los nuestros, al fin, descansen en paz.
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Panteón erigido por los familiares


Hace ya algunos años, cuando aún vivían nuestras abuelas -esposas de quienes reposan en la fosa común- se erigió un sencillo panteón. En él se recuerda no sólo a los de Torrellas sino también a otras personas de pueblos del Somontano del Moncayo (Zaragoza) de los que se tiene constancia que también fueron enterrados allí. Sin embargo, sospechamos que encontraremos los restos de más personas cuyos nombres, lamentablemente, nunca conoceremos.
En octubre de este año supimos que el Ayuntamiento de Agreda quería construir nichos encima de la fosa común. Ese intento de profanar los restos de los nuestros nos unió más de lo que nunca habíamos estado. Conseguimos paralizar lo que, a todas luces, hubiera sido un desafuero. La prensa se hizo eco de que los familiares de los fusilados de Torrellas en Agreda se unían en una asociación que tiene como objetivo exhumarlos, identificarlos, enterrarlos con dignidad y enaltecer su memoria.
No fueron delincuentes. Eran personas decentes y buenas. Murieron por sus ideales. Tanto sus hijos, que no llegaron a conocerlos, pues eran muy pequeños., como sus nietos y bisnietos, tantos años después, estamos orgullosos de ellos. Queremos que 2009 sea el año de recuperar su memoria tras tantos años en el olvido.
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Mensaje de Bienvenida

Nunca me hubiera imaginado que mi primer blog fuera sobre este tema. Pero la vida nos lleva y nos trae y quisiera que al menos sirviera de punto de encuentro entre quienes somos familiares de los Torrellanos (del pueblo de Torrellas, en Zaragoza) asesinados por los fascistas en 1936 y enterrados en una fosa común del cementerio de Agreda (Soria) y también para que quienes se encuentren en una situación parecida a la nuestra se animen a emprender, como nosotros, la tarea de exhumar sus restos, identificarlos, enterrarlos dignamente y ofrecerles el homenaje que se merecen. Leer más...
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