.post blockquote { width:275px; margin: 10px 0 10px 50px; padding: 10px; text-align: justify; font-size:15px; color: #e1771e; background: transparent; border-left: 5px solid #e1771e; } blockquote { border-left:3px solid #CCCCCC; color:#776666; font-style:italic; padding-left:0.75em; } Fusilados de Torrellas: enero 2009 http-equiv="Content-Type" content="text/html; charset=UTF-8" />

Feliciano Lapuente, mi abuelo.


Ha llegado el momento de "ponerles caras" a nuestros fusilados de Torrellas. Todos valían por igual pero voy a comenzar por el que para mi es el primero.
Feliciano era un campesino con algún pequeño "corro" de tierra, como llaman en Torrellas a una pequeña parcela de tierra cultivable. Nada importante, puesto que tenía que emplearse como jornalero, como tantos otros agricultores de la comarca, para sacar adelante a su familia.
Debía de tener cierta formación y cultura, cosa no muy habitual en los de su condición en una época de altísimas tasas de analfabetismo. Los niños abandonaban muy temprano la escuela para trabajar en el campo. Las niñas solían hacerlo para colocarse a servir en las casas pudientes. Mi abuela solía decirme de pequeño que "el abuelo tenía muy buena letra".
El caso es que ese bagaje cultural debió hacerle tomar muy pronto conciencia de las desigualdades en el campo. Por eso estaba afiliado a la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, adscrita a la Unión General de Trabajadores, que de esta manera implantaba el sindicalismo socialista en el medio rural.
Uno de las mayores logros de mi abuelo como sindicalista fue el de ejercer de representante de los trabajadores en la Bolsa de Trabajo de Torrellas. Su cometido consistía en obligar a los patronos a contratar a los obreros según un turno riguroso, eliminando así la contratación libre que había sido un instrumento de control social hasta entonces en manos de los grandes propietarios.
Feliciano, junto con otros dirigentes de la UGT habían conseguido también la jornada de trabajo de 8 horas, la eliminación del trabajo a destajo y la fijación del jornal regulador del obrero en 65 céntimos por hora. "Por eso lo mataron", repetía mi abuela, "por pedir unos céntimos de más".
Por si eso fuera poco, había sido elegido concejal del ayuntamiento en 1933 junto a otros dos socialistas como él. En 1934, fueron destituidos de su cargo tras la depuración generalizada de concejales y cargos socialistas y de la UGT a causa de la participación del sindicato en la tristemente famosa Revolución de Asturias. El triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 los había restituido en sus puestos.
Todas estas cosas, de las que no me cabe duda que se sentía orgulloso, le pasaban por la cabeza el día 19 de octubre de ese año. Se encontraba con mi abuela, vendimiando cerca de la carretera de Agreda. Seguramente estaban inquietos pues durante horas no habían dejado de pasar coches en uno u otro sentido. Aquello, en una época en que sólo los ricos y la guardia civil disponían de ellos, no presagiaba nada bueno. Ya habían asesinado a varios alcaldes y concejales de la comarca. Otros simplemente habían "desaparecido".
Es probable que la idea de huir por el monte hacia la zona controlada por la República le hubiese pasado por la cabeza. Algunos ya lo habían hecho. Pero una mezcla de miedo por su mujer y por su hija de dos años -ni siquiera mi abuela debía ser consciente aún de que estaba embarazada ya de mi madre-, de responsabilidad hacia su cargo en el ayuntamiento y de ingenua confianza en sus vecinos -"yo no le he hecho ningún mal a nadie, nadie me lo tiene que hacer a mi"-, le habían hecho quedarse en su puesto. Pero él, en el fondo de su alma, sabía que tenía todas las de perder.
"Vámonos, Feliciano", le dijo mi abuela cada vez más angustiada. Volvieron al pueblo deprisa intentando ahuyentar sus temores. Estos se hicieron realidad poco después. Vinieron a buscarle la guardia civil y un piquete de paisanos que no eran del pueblo. Debían de ser falangistas de Cervera del Río Alhama, un cercano pueblo riojano. Lo llevaron al cuartel pero volvió al cabo de poco. Más tarde regresaron a buscarle. Esta vez ya no volvió.
Cuando pienso en la angustia que sentiría junto al muro de aquella casilla en el monte, bajo la luz de los faros del camión, junto a sus compañeros, sabiendo que ya no volvería a ver a su familia, sintiendo que terminaba su sueño igualitario, me gustaría creer que murió con un "¡Viva la Republica!" en los labios.
Aunque no fuera así, para mi madre, para mis hermanos y para mi fue un héroe. No de esos de película a los que todo les sale redondo. Lo suyo no podía acabar bien. Tenía demasidos enemigos en contra, los ricos que no querían perder sus privilegios, la guardia civil plegada a los intereses de los oligarcas, los curas ultramontanos salvadores de almas, la incultura y la sinrazón. La España oscura y reaccionaria de siempre.
¡Te recordamos siempre con orgullo, abuelo!


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¡Una gran alegría, el abuelo ha vuelto a casa!


Quiero hacerme eco de la alegría de Julián de la Morena, uno de los familiares de los más de 150 presos republicanos enterrados en una fosa común del Penal de Valdenoceda (Burgos), que ha conseguido identificar los restos de su abuelo Alfonso, concejal socialista de Aldea del Rey (Ciudad Real). Su emoción, después de todo el largo proceso de documentación, exhumación e identificación, es contagiosa. Nosotros, que estamos aún muy lejos de conseguir lo que Julián ya ha conseguido, lo sabemos bien.
La mezcla de sentimientos de Julián, de incredulidad, de alivio, de gratitud... supongo que será parecida a la que experimentemos nosotros en su momento, el día que nos digan: "Estos son los restos de Feliciano, de Luis, de Marcelino, de Gregorio...". Nuestra lucha es tan sólo una gota de agua en el inmenso mar de la reconstrucción de la memoria de los nuestros y de devolverles la dignidad que, en realidad, nunca perdieron.
Por eso, cuando nuestra pequeña gota de agua se une a la pequeña gota de agua de otros como nosotros, como los familiares de los represaliados en Valdenoceda, nos sentimos un poco menos aislados, un poco más acompañados.
Por eso, Julián, hoy nos sentimos incrédulos, aliviados, agradecidos... como tú. Alegres con tu alegría. Tu abuelo ha vuelto a casa y los nuestros están ya un poco más cerca de las suyas.

P.D. Espero, Julián, que no te importará que dé difusión a tu carta ABUELO ¡VUELVES A CASA! que he leído en el blog de Saiza. Esa carta constituye para nosotros un alimento para el alma.


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En Memoria de la Gloriosa Aviación Republicana



24 de Agosto de 1937. Volvían a su base en Villafamés (Castellón) después de haber bombarbeado el aeródromo de Soria. De improviso, a la altura de Agreda, dos cazas italianos Breda 65 les dispararon varias ráfagas de ametralladora. No los habían visto, pues habían utilizado la táctica de esperarlos a gran altura para después picar y conseguir mayor velocidad.
Su aparato, un Tupolev SB-2, conocido como "Katiuska" o "Martin Bomber" se había incendiado y habían perdido el control. Poco después, se estrelló cerca de la cima del Moncayo, la montaña que marca la frontera entre Castilla y Aragón.
Uno de los 3 tripulantes no logró salir del aparato a tiempo y falleció en el impacto. Los otros dos pudieron saltar en paracaídas, aunque uno de ellos no logró abrirlo, falleciendo en la caída. El superviviente fue doblemente afortunado. Fue detenido y posteriormente canjeado por otros prisioneros de guerra. Se trataba del cabo ametrallador Blas Paredes.
Siempre supieron nuestras familias que los restos de dos "aviadores murcianos" se hallaban bajo la misma tierra que cubría a los nuestros. Pero nada sabíamos de su identidad, pues en el libro de enterramientos del cementerio aparecían como "dos desconocidos, aviadores rojos". Sólo desde hace dos años hemos llegado a conocer sus nombres gracias al escritor Michel Lozares, autor del libro "Los aviones del Moncayo" que se basó en las investigaciones del historiador Rafael Permuy.
Hoy podemos ponerles nombre y apellidos. Eran el sargento piloto Antonio Soto y el sargento observador Luis Gil. Me consta que siempre han tenido nuestras madres una oración para ellos. Los nietos y los bisnietos, muchos de los cuales hace ya mucho que no creemos en esa Iglesia cómplice del levantamiento fascista de 1936, siempre hemos sentido orgullo por esos dos "aviadores murcianos" anónimos que reposaban junto a los nuestros.
Los unos murieron defendiendo la legalidad republicana con su palabra y con sus ideas. Los otros, defendiendo a la República como Caballeros del Aire. Todos dieron su vida por la defensa de los derechos y de las libertades.
Gracias a todos con lágrimas en los ojos y orgullo en el corazón.


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¡No olvides nunca al abuelo, prenda!


Mi abuela Mercedes, viuda de rojo, que sacó adelante a dos hijas contra viento y marea, que a pesar de vivir en el mismo pueblo que los verdugos de mi abuelo no les dio el gusto de que la vieran llorar, que no podía ni ir al cementerio a ponerle unas flores a su marido, que era "como nuestra tierra, suave como la arcilla, dura del roquedal"... un día, siendo yo muy joven me dio un beso, de esos besos fuertes que ella daba, y despacio, al oído, me dijo: "¡No olvides nunca al abuelo, prenda!". Esa palabra, "prenda", pronunciada con el tono inimitable que tienen los de Torrellas cuando se la dicen a quienes quieren de verdad, la tengo como grabada. Aún me parece que la oigo cuando me acuerdo de ella.
En el transcurso de los años fueron muchas veces más las que me pidió que no olvidara. Ella debía intuir que tendríamos que ser sus nietos los que sacáramos al abuelo de la fosa donde lo echaron, como a un perro, para darle al menos una sepultura digna. Tengo con mi abuela esa deuda y me considero un buen pagador. Esa deuda tengo que pagarla.
Y debo saldarla, a pesar de las dificultades que me voy encontrando en el camino, dificultades que describe de una forma espléndida Benjamin Prado en su artículo de El País Un tupido velo- 140.000 muertos invisibles. (¡Gracias, Saiza, por publicarlo en tu blog!).
En este país de olvido fácil, donde la inofensiva tarea de exhumar a nuestros muertos para darles una sepultura digna a unos les parece una provocación -casualmente a los descendientes de quienes les asesinaron- y a otros una pérdida de tiempo, son más los obstáculos que las facilidades para cerrar de una vez las heridas que nunca se han cerrado.
Menos mal que, de cuando en cuando, encuentras la comprensión de alguien como Alfredo, un funcionario que tras escucharme esta mañana y frotándose discretamente los ojos empañados, me ha dicho: "Yo también soy nieto de fusilado". Y todo ha sido más fácil.


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El largo y tortuoso camino a la memoria



Hace ya muchos días que no escribo nada. La razón es que tanto yo, como mis compañeros de la Asociación de Familiares de Fusilados de Torrellas, estamos inmersos en la búsqueda de documentación relativa a nuestros familiares asesinados en 1936.
Antes de meternos en esto, teníamos algunas ideas de dónde buscar: en los Registros Civiles, en el Archivo de Salamanca... Gracias a personas como Eva, de la Asociación de Familiares de Fusilados en Arándiga, supimos también que el Archivo Militar de Guadalajara sería un buen lugar para recabar información de cuando los nuestros fueron" tallados" para hacer la "mili". Esos datos pueden ser muy útiles si, cuando consigamos exhumarles, no se les pudiera identificar mediante la prueba del ADN.
Virginia, a la que conocí gracias al foro de familiares desaparecidos de la página La Guerra Civil Española, me aconsejó sobre la búsqueda en la Causa General del Archivo Histórico Nacional. Le doy las gracias por ello y por ofrecerse "incluso a cavar si fuera necesario" junto con su pareja.

Además de todo esto, estamos también investigando las Actas de los Plenos del Ayuntamiento de Torrellas, consultando diferentes archivos como el Histórico y el Provincial de Zaragoza, el Archivo General de la Administración, y leyendo cuantos libros creemos que pueden aportarnos algo. Han sido de especial utilidad Los Años Silenciados. La II República en la comarca de Tarazona y el Moncayo (1931-1936), de Roberto Ceamanos y El Asalto a la República. Los Orígenes del Franquismo en Zaragoza (1936-39), de Julia Cifuentes y Pilar Maluenda.
Toda esta investigación es tediosa pero imprescindible. La poca información que hay está muy dispersa y cada dato que se encuentra es como una pepita de oro hallada en la batea tras examinar mucha arena del río que forman archivos y bibliotecas.
En este camino, en el que vamos encontrando personas de buena voluntad que nos ayudan, como las que he nombrado antes, nos brindamos también a orientar a quienes emprendan la tarea tortuosa, a veces desesperante, pero siempre apasionante de recuperar la memoria de los suyos.
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Tras un largo silencio

YouTube tiene muchos vídeos sobre Memoria Histórica. He encontrado el trailer de un documental titulado "Tras un largo silencio". Son sólo unos minutos -supongo que habrá páginas de donde se puede bajar en su totalidad-, pero creo que refleja bastante bien la historia de lo que ha pasado a nuestras familias: el asesinato de nuestros abuelos (bisuabuelos ya para algunos de nosotros) a causa de sus convicciones en 1936, su enterramiento en una fosa común, el sufrimiento y las dificultades de sus esposas, "viudas de rojos", en aquella España franquista, católica e hipócrita... , la orfandad de nuestras madres sin ateverse a preguntar qué fue de sus padres, hasta llegar a nosotros, la generación de los nietos y de los bisnietos. En nuestras manos está el conseguir poner un poco de bálsamo en tanta herida abierta "tras un largo silencio", demasiado largo.


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"El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos..."


Hoy es mi cumpleaños. Mi hijo mayor y yo le hemos estado "poniendo los Reyes" a su hermana, la pequeña. Se le veía ilusionado, como cuando mis hermanos y yo, los mayores, hacíamos lo mismo con los pequeños. Cuando me he puesto a decirle "me acuerdo cuando yo...", me he dado cuenta de cómo pasa el tiempo y me ha venido a la cabeza la canción de Pablo Milanés, cantor de mis años comprometidos.
Ese paso del tiempo, inexorable, me ha puesto triste. He pensado en mi madre, ya mayor, una de los tres únicos hijos que quedan ya de nuestros fusilados de Torrellas. Ojala este año pueda por fin olvidarse de esa triste fosa común, de ese triste cementerio donde jamás debieron reposar ni mi abuelo ni sus compañeros.
Y he pedido, para mi y para mis compañeros de la asociación, fuerza para la tarea que nos hemos impuesto, esperanza y determinación para vencer los obstáculos que, inevitablemente, se presentarán.
Esos no me dan miedo.
Sólo temo al tiempo..., al tiempo...

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Nuestra historia en la prensa


Esta noticia, publicada en el Periódico de Aragón, fue la primera en anunciar que nos movilizábamos en contra de la decisión del Alcalde y el concejal de Urbanismo de Agreda de construir nichos encima de la fosa común donde yacen los nuestros. Las descalificaciones y groserías de dicho concejal hacia la nieta y la bisnieta de de Luis Torres, acusándolas de haber dado consentimiento a dicha construcción con anterioridad - falso a todas luces- y la tímida promesa del alcalde de "no perjudicar a terceros" a escondidas de su edil, motivaron que nos uniéramos en una asociación con objeto de paralizar dichas obras hasta que no consigamos exhumar a nuestros familiares con todas las garantías.

Tras leer la noticia publicada en El mundo Castilla y León en la que el alcalde hacía pública dicha promesa, nos quedamos algo más tranquilos. Pero debemos seguir vigilantes. La política de hechos consumados de muchos ayuntamientos ha ocasionado que se destruyan muchas fosas comunes en los cementerios en aras de una ampliación o modernización. No debería ser así en nuestro caso, ya que el cementerio de Agreda cuenta con espacio más que suficiente para no tener que perjudicar a nadie.
Seguiremos acudiendo a la prensa si es necesario ya que está demostrado que nada incomoda más a los políticos que se aireen sus trapos sucios en público.
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